EL PROBLEMA ESPAÑOL, UN SIGLO DESPUÉS


1911. Tiempos de crisis moral, política y social en España. Un joven Manuel Azaña pronunciaba en la Casa del Pueblo socialista de Alcalá de Henares una conferencia titulada “El problema español”, reflexionando sobre los factores que mantenían al país en el atraso secular y concluyendo que era el Estado, con su acción sistemática y modernizadora, el único instrumento posible para la transformación. Por aquellos años, Ortega y Gasset decía que “España es un dolor enorme, profundo y difuso; España es el problema primero, plenario, perentorio. España es el problema, Europa la solución”.

2012. Transcurridos veinticinco años desde la integración en Europa que anhelaba Ortega, la doble crisis económica -global más ladrillo- coloca a España a la cabeza de la OCDE en tasa de paro, un 24,4%, el último IPI cifra en un 25% la caída de la producción industrial desde el año 2008 y la juventud española vuelve a pensar en emigrar. La prima de riesgo cierra la posibilidad de refinanciación de la pesada losa de una deuda total, pública y privada, que asciende a un 350% del PIB. El FMI señala para España el lejano 2018 como fecha en la que se recuperarán los niveles precrisis. Ningún economista se atreve a decir qué motores económicos sustituirán al ladrillo y al endeudamiento mientras cierran unas 300 empresas cada día, 1.7 millones de hogares no tienen ningún miembro que trabaje, los científicos preparan las maletas, y los políticos son considerados el segundo problema de los españoles.

No se trata aquí de establecer mimetismos entre épocas distintas pero sí de constatar que si lo grave en la España de 1911 era el fuerte atraso económico respecto a su entorno, eso mismo promete ser lo grave 100 años después. Al paso que vamos,  cuando esta crisis haya terminado habremos perdido casi todo lo ganado desde nuestra incorporación a la CE y seremos un desierto productivo con infraestructuras insostenibles o inacabadas, muchos bares, turismo de sol y playa y un par de generaciones condenadas al paro, la emigración o los paraísos artificiales.

La verdad incómoda que nadie cuenta es que de esto no se sale en cinco años ni probablemente en diez, pero para que haya alguna posibilidad de acabar saliendo se necesita poner primero los cimientos adecuados, que hoy no existen. Antes de que el extremo rigor fiscal degenere en rigor mortis, sería bueno considerar que el problema español no se resuelve podando servicios básicos e investigación, subiendo el IVA o implantando el despido libre sino repensando nuestra economía ( qué vamos a producir en una cambiante economía global ) y reformando seriamente el Estado, esa palanca imprescindible para el reformista Azaña, para que cumpla eficientemente- mejor y no menos- su función de Estado fomentador y alinee los dispersos recursos públicos para poder catalizar la sustitución del tejido productivo destruido, cientos de miles de empresas,  por uno nuevo; creando seguridad jurídica, favoreciendo la oferta y usando coherentemente la política fiscal; estimulando, facilitando e implantando una visión estratégica  que mire más allá de la próxima subasta de letras del tesoro, una visión que hoy no existe.

Pablo Arangüena

( publicado en La Opinión de A Coruña el 6 de Mayo)

MUCHA SALUD Y MUCHA REPÚBLICA



Hay aniversarios que nos recuerdan lo que fuimos, que nos golpean en la memoria para evitar que nos perdamos en la confusión del presente, que contienen el don de orientarnos bajo el laberinto de la rutina y las sombras de la desconfianza, y que poseen, además, la utilidad de recordarnos que hay una parte de nuestra dignidad que no debemos perder.

Porque siempre encontraremos en algún lugar del tiempo, en algún rincón de eso que llamamos humanidad, el legado vivo de determinados fechas que podemos llamar momentos luminosos.
Un momento o una época luminosa es aquel instante de la historia donde los pueblos, las sociedades, los países, deciden romper las ataduras y tutelas para proclamarse dueños de sus destinos.

Un momento luminoso sucede  cuando  los pueblos se convierten en propietarios orgullosos de sus aciertos y de sus errores, de sus progresos  y, también, de sus derivas, en constructores activos de esa armadura cívica y jurídica necesaria que les permita  edificar su destino con plena conciencia de su libertad para poder asumir las responsabilidades que conlleva toda tarea colectiva.

Un momento luminoso fue el 14 de abril de 1931, el día que se proclamó la república, hace ahora justamente ochenta y un años.
Y ese momento luminoso dio paso a una época luminosa: los años en los que tuvo lugar la Segunda República Española.

Época luminosa donde el pueblo se otorgó a sí mismo los derechos sustraídos por caciques y señoritos que, bajo el manto opresor de monarquías ineficientes y despóticas, impidieron durante tantos años  el disfrute de la libertad al que toda sociedad tiene derecho, incluso para equivocarse.
Y porque significó el intento más serio para lograr conectar a España con las mejores tradiciones y costumbres europeas, esas que eran hijas directas de la Razón Ilustrada.

Porque el amanecer republicano del catorce de abril fue una apuesta por dejar atrás los anclados atavismos del subdesarrollo económico, de trascender de una vez por todas la ignorancia y la incultura a las que durante siglos fue sometido el pueblo español, de superar las enormes injusticias y desigualdades sociales a las que históricamente estuvo sujeta la invertebrada sociedad española.

El catorce de abril inauguró una época luminosa, donde un pueblo, el español, históricamente cautivo y condenado a la sumisión, que tanto fue sojuzgado por monarquías inoperantes de raigambre absolutista como por  dolorosas dictaduras uniformadas según el humor cuartelero del momento,  pudo, por fin, de forma pacífica y festiva, despojarse de sus cadenas e iniciar la senda del civismo y la palabra, del voto y los derechos ciudadanos, de la elección democrática de los representantes, de la separación y equilibrio entre los distintos poderes, del laicismo y de la instrucción pública gratuita y para todos.

Época, en fin, luminosa donde se desplegó con toda su riqueza social el desarrollo de las artes, de la cultura, de la ciencia, del conocimiento, de la inteligencia.

Porque fue en esa  época luminosa e iluminadora donde Antonio Machado y Federico García Lorca, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez, León Felipe y Miguel Hernández, Juan Negrín y Severo Ochoa, Luís Buñuel y Luís Cernuda y tantos otros, ofrecieron lo mejor de sí mismos a la sociedad española, porque ellos mismos formaban parte activa de ese sueño colectivo para  hacer crecer y crear en libertad el arte y la cultura con el pueblo y para el pueblo.

Y como decía Luís Cernuda, hoy tenemos el deber de recordarlo nosotros y recordárselo a otros, para no olvidar hasta qué punto debemos estar  siempre alerta y sentirnos “asqueados de la bajeza humana, iracundos de la dureza humana”, de la que son capaces los sepultureros de la libertad.

Pero, mientras en nuestros corazones no pueda habitar el olvido, mientras en nuestra mente no haya lugar para la desmemoria y la amnesia colectiva, tendremos siempre presente el legado que dejó en nosotros la experiencia cívica de la Segunda República Española, y repetiremos una vez más las palabras de Shelley, el poeta romántico inglés:” en tanto que el futuro, a olvidar al pasado no se atreva, perdurarán su fama y su destino como una luz y un eco eternamente.”


Guillermo de la Fuente





O PSdG NO CRUCE DE CAMIÑOS


No seu premiado ensaio A terra quere pobo, do ano 2003, X.L. Barreiro Rivas reflexionaba encol das diferentes oportunidades perdidas pola sociedade galega, manifestándose “en contra do fatalismo histórico” e apostando pola globalización como derradeiro tren para Galicia. Nove anos despois, co que resta da banca galega pendendo dun fío, os sectores naval e leiteiro en liquidación, a pesca na UVI, os servicios públicos en reconversión e unha tasa de desemprego que ronda o 20%, dubido que Barreiro fora quen de manter a súa aposta.

Galicia é un pequeno país periférico navegando á deriva nunha enorme treboada. Por iso é máis necesaria que nunca unha alternativa coherente á política de desguace e parcheo que estamos a padecer. Unha alternativa capaz de formular, na dramática situación actual, políticas que superen o regate curto. Capaz de racionalizar as nosas administracións defendendo o público, ordear o territorio e fomentar os sectores productivos nos que temos algunha vantaxe competitiva, como o forestal, o naval, o acuícola, o eólico, as TIC ou a biotecnoloxía. Capaz, en suma, de implantar unha visión estratéxica de país perante o caos.

O PSdG é a única forza cos mimbres para xerar esa alternativa. Por iso é importante o Congreso desta fin de semana, que elexirá a nova dirección entre dúas opcións nunha mostra de vitalidade democrática, redoblada máis adiante coas primarias para elexir candidato á presidencia da Xunta. E compre dicilo alto e claro: Galicia necesita un mellor PSdG que supere a súa desorientación facendo agromar unha nova política e os galegos merecen un PSdG que eleve o listón e se poña, xa, á altura da súa tarefa. Se isto non se consegue pronto, habería que pensar en fundar, evocando a Ramón Piñeiro, a primeira cátedra internacional de Historia das oportunidades perdidas e Filosofía da saudade. Meigas fora.

Pablo Arangüena.